La anoche aparecía fría y húmeda. Claudia observaba
en silencio a través del cristal de la ventana, absorta en sus pensamientos…
Me
gustaría tanto, salir a pasear durante las noches de luna llena, cuyo silencio no
fuese el mensaje que eclipsa la bruma nocturna. Necesito apaciguar esta turbación,
pero en realidad, no sé cómo lograrlo. Quiero despertar y que todo haya sido un
mal sueño que ahogó mi ilusión como si un espejismo alojase en
ella delicados pensamientos que acarician el sollozo moribundo que mi corazón
exclama. La llave de mi existencia se posa en mis manos y envuelve la sombra de
un espíritu cansado. Dicen que todo lo que empieza tiene un final y yo le grito
a la vida que no puede ser verdad; que siempre queda una esperanza, cuyo nombre…
Maldijo su mala suerte. Más bien su mala elección. ¿Por
qué? Se preguntaba cada noche mientras todos dormían.
Unas lágrimas corrieron por sus mejillas, ahogándose en su silencio. Los años
habían pasado tan rápido que no tuvo tiempo ni de pensar, ni de reaccionar, ni
siquiera, de darse cuenta de su gran error. Pasó su juventud sumergida en
su propia amargura, sin mediar palabra, sin quejarse; siempre sumisa y en
silencio. Ahora los recuerdos la desbordaban día a día. Y a pesar de todo, en su ahogada
reflexión, reconocía que solo ella era la culpable de su triste situación. — ¡Si
hubiese tenido valor!—pensó con amargura.
© Nuria de Espinosa
Primer fragmento de la novela "El Cuaderno de Claudia" registrada bajo la Ley de protección de los derechos de la propiedad intelectual y Cedro
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