Solo
era una niña de quince años cuando huí de Kiev con mi prima Valeria. Ocultas en
un tren de mercancías cruzamos la frontera. Mi padre ya estaba enterado antes
de fallecer bajo el derrumbe de la mina donde trabajaba.
Llegamos
a nuestro destino algo asustadas, pero con seguridad en el corazón. Aún
conservo el recuerdo del día que pisé la tierra de la libertad. Era un día
gris, que comparado con los largos días de nevada en Kiev, se nos hacía
reconfortante. Nos dirigimos sin perder tiempo a la taberna del tío Miska, tal
y como nos había indicado mi madre, con lágrimas en los ojos. <En aquel lugar
podréis trabajar de camareras> Pobre ilusa.
Me
pregunto a diario que habrá sido de ella, en los pocos momentos de lucidez que
acuden a mi mente. ¡Y Valeria! ¡Pobre Valeria! No pudo resistirlo. Ya no me
duelen los pinchazos, ni me importan las nauseas que sufro a diario cada vez
que sus manos me… y ahora, dos años después me siento agotada y cansada de
vivir, incluso evito mirarme en el espejo para no ver mi rostro demacrado por
las drogas…
En
aquel momento alguien abrió la puerta, la empujó contra la cama; la abofeteó;
le estiró el brazo derecho sujetándolo con fuerza; una sensación ya nada
extraña comenzó a apoderarse de ella, y de nuevo se sumergió en un mundo de
tinieblas.
Nuria:
ResponderEliminarUna historia muy dura que, por desgracia, es de plena actualidad.
Uno quisiera pensar que esas cuestiones son historias del pasado; pero, las condiciones se reiteran, lo mismo que las historias.
Besos.
Gracias por tus palabras Arturo un fuerte abrazo.
EliminarLo encuentro estupendo, amiga, de una intensidad suma. Te felicito.
ResponderEliminarBeso
Gracias José, besos.
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